Después de una salida con las niñas, regreso recargada de luz. Quizás más cansada de lo habitual, desvelada, pero con una luz que no viene del sol, sino de la risa, de los juegos simples sin reglas, de esa presencia viva del alma… esa que otras pequeñas almas te recuerdan, que aún late con fuerza.
Y me quedé pensando…
¿Será que envejecemos porque dejamos de recibir luz?
¿Por qué perdemos el rumbo, el objetivo?
¿O simplemente porque aceptamos sin cuestionar esa programación que nos dice a qué edad debemos apagarnos?
Al final, muchos terminan como cultivos de enfermedades, con colecciones de medicamentos, horarios establecidos… atrapados en una rutina que, más que organizar, nos ata y nos distrae del presente.
Sentía el aire revolver mi cabello mientras caminaba bajo el sol y pensaba en lo que disfruto con esas pequeñas almas. Es como entrar en otro mundo, donde me olvido de que me cuesta trabajo pararme, me olvido de mi mundo adulto, de lo difícil de la vida.
Porque me concentro en lo que siento al ser aceptada tal como soy, querida incluso por vacilar.
Las discusiones con una bebé por un simple “sí o no”, la negociación entre besos y abrazos, la risa por llamar señor Ranato a una rana que apareció y nos asustó… pero que adoptamos aunque fuera de lejitos.
Cada momento se vuelve una aventura.
Una mejor que cualquier hotel de cinco estrellas con todo incluido.
Y sí, también hay tensiones, momentos incómodos…
Pero es justo ahí donde entra la sabiduría: en ese pequeño reto de volver a sonreír.
No me importa levantarme tres horas antes para llevarlas a la escuela.
Porque entre el “no quiero” y el “te visto”, aparecen las risas, las correteadas… y todo eso solo para empezar el día.
Cuando ves más allá del ruido, más allá de lo que se “debe” o “no se debe” hacer…
Te das cuenta de que no hay motivo real para envejecer.
Aunque nos han hecho creer que envejecer es sinónimo de perder.
Pero, ¿y si fuera al revés?
¿Qué pasaría si viéramos esta etapa como un renacimiento?
Como el ave fénix que, tras arder en su propio fuego, renace más fuerte.
Ya no tenemos las mismas responsabilidades. Tenemos tiempo.
Tenemos sabiduría. Y sobre todo, tenemos el privilegio de encendernos con la luz de quienes vienen detrás de nosotros.
Si la eterna juventud existe, tal vez no está en negar el paso del tiempo,
sino en cambiar la forma en que lo vivimos.
El cuerpo envejece cuando el alma se apaga.
Y rejuvenecer es un acto espiritual, no un proceso físico.
Sentarse a esperar el final no es una opción.
Porque cada día, aún podemos volver a comenzar.
Esa chispa infantil que despiertan sin decir nada, solo con ser…
eso es pura medicina para el alma. 🌱💫
Espero con ansias regresar. Tan solo contagiarme de su energía infantil,
hace brillar mi propia energía infantil, mi chispa vital.
No hay vejez cuando hay propósito.
No hay decadencia cuando hay pasión.
No hay muerte real cuando el alma sigue encendida.
No existe juventud más poderosa que un alma encendida.
