Miró hacia abajo asombrado porque con cada pestañeo se alargaban los dedos de sus pies. Al agrandar los ojos le aparecían pezuñas.
Aterrado empezó a correr y en su paso, a trompicones se fue llevando a todo lo que se encontraba en su camino.
Agitado como pudo llegó al verdor del bosque, con un hilito de oxígeno aún corriendo por sus venas y un ya breve latido en el corazón.
Se agacho en cunclillas para tratar de retener a su alma, escarbaba la tierra y de entre los dedos de sus manos salían lombrices.
Las lágrimas rodaron por sus mejillas, nunca se planteó ser el ogro, el malo, el ruin, no sabía si las circunstancias lo habían orillado hasta esa transformación asquerosa o su falta de quererse, de no respetarse era la culpable.
Pero de algo si estaba seguro, era que no quería lastimar a nadie, la ansiedad lo hizo escarbar el primer surco casi de un metro de profundidad, otro tras de su espalda y así doce surcos más a su alrededor, ahora sólo faltaban las ramas para levantar las vayas que pusieran al mundo a salvo. Poner distancia entre él y la humanidad, era cosa obligada.
Construyó su propia jaula, lejos de las personas que amaba, perdió la sonrisa, olvidó el dulce sabor de las carcajadas, en solitario fue envejeciendo.
Perdió la noción del tiempo, sin el contacto humano, su columna se quebró con el frío de la soledad, la vista se nublo por falta de belleza en el paisaje y la fuerza cedió el paso a la muerte.
Ahí en medio de la majestuosidad del verde campo, el monstruo estaba muriendo en solitario….