En la universidad, los rumores vuelan más rápido que los exámenes reprobados. Y uno de los más sabrosos era sobre el maestro guapo: elegante, amable, con sonrisa de actor de cine, y una elegancia que desarmaba. Muchos decían que era gay, otros no estaban tan seguros. Lo que sí se sabía era que algo se estaba cocinando entre él y una maestra del área administrativa.

Con todo el aire de un caballero —siempre perfectamente vestido y con una gran sonrisa— era admirado por los alumnos por su calidez y por romper más de un corazón. ¿Sería esa maestra quien finalmente descubriría toda la verdad?

El chisme burbujeaba por los pasillos como una soda agitada. Todos lo notaban: ese guapo maestro lanzaba señales evidentes hacia la maestra de administración.
Durante meses, las miradas, los gestos y los corazones lanzados por él hacían tambalear el mito. Los alumnos, como buenos investigadores en prácticas, lanzaban preguntas al azar, buscando pistas entre clases... y bostezos.

Todo estalló una noche. El equipo académico celebraba una semana exitosa de trabajo, sin que la maestra sospechara que habían invitado al maestro con el sutil propósito de “observar”.

En medio de risas y confidencias, él la invitó a tomar aire fresco.

Tras la ventana, como si se tratara de una escena de película, el equipo se acomodó discretamente con su dosis de palomitas mentales, listos para presenciar el clímax del chisme del año.

A la luz de la luna, él dijo:
—Me gustas. Me pones nervioso. No sé qué hacer...

Ella guardó silencio, respetando ese instante de sinceridad, aunque de reojo se dio cuenta de que los estaban espiando.
Él bajó la mirada, respiró hondo y continuó:
—Eres una persona maravillosa, y lo que menos deseo es hacerte daño. Pero... soy gay.

Ella, lejos de la desilusión, sonrió. Lo abrazó con ternura y le dijo:
—Gracias por tu honestidad. También me gustas mucho… y respeto lo que eres.

Detrás del cristal, el abrazo fue interpretado como el inicio de un romance. Nadie oyó las palabras, pero todos imaginaron su propio guion. Preguntar era imposible —implicaría confesar que estaban espiando—, así que dejaron volar la imaginación.

El lunes, la historia ya era leyenda. Se hablaba de declaraciones y amores secretos. Las apuestas subieron, como en la bolsa de valores. Y ellos, como buenos protagonistas de una telenovela, nunca lo confirmaron.

El maestro siguió lanzando corazones con naturalidad, y la maestra, por respeto a su valentía, guardó el secreto. Porque cuando alguien te muestra su verdad desde el corazón… lo mínimo que puedes hacer es protegerla.

Y así fue como la comunidad nunca supo lo que realmente pasó.

Con el honor  y respeto a un valiente amigo.