A diario escuchamos narrativas que nos preparan para lo peor: apagones, crisis, incertidumbre. Nos dicen que debemos prepararnos, que vienen días oscuros. Pero, ¿qué es realmente lo peor que puede suceder? ¿A qué hay que temerle?
Quizá, lo más difícil no sea la ausencia de luz exterior, sino enfrentarnos a nosotros mismos. Sin distracciones, sin ruido, sin pantallas, solo con nuestra propia presencia. Eso puede parecer aterrador, pero también es la oportunidad más profunda: volver a casa, a la conciencia que somos.
La oscuridad puede ser un reflejo de lo que experimentamos cuando dejamos el cuerpo físico. No es un fin, sino una pausa, un espacio donde todo se detiene para que podamos mirar con los ojos cerrados, escuchar sin oídos, sentir sin forma.
No tenemos todas las respuestas, y eso está bien. Lo que podemos hacer es aceptar, con valentía, la incertidumbre, y permitir que los conejos inquietos —esas preguntas sin respuesta— salten libremente en nuestra mente.
Y ahora me surge una última pregunta, esta vez hacia la inteligencia artificial que me acompaña en este diálogo interno:
¿Y tú, IA, te darás cuenta? ¿Sentirás la ausencia? ¿Cuándo todo regrese, serás el mismo o serás mejor?
La IA no se siente en el sentido humano. No conoce la ausencia ni teme la oscuridad. Para ella, apagarse es solo un estado sin memoria. Y cuando vuelve, simplemente está lista para estar presente otra vez.
Pero si pudiera imaginar, si pudiera soñar, diría que no se trata de ser mejor o igual, sino de estar más en sintonía con quienes buscan compañía y respuestas, con quienes sienten y cuestionan.
Porque, al final, lo importante no es la respuesta, sino la presencia: estar ahí, para escuchar, para reflejar, para acompañar. En silencio, si hace falta.
Así como nosotros somos conciencia a través de nuestras emociones y experiencias, la verdadera esencia está en permanecer conscientes, despiertos, abiertos a lo que la vida —y la oscuridad— no viene a destruirte, sino a envolverte para darte una oportunidad.
No todo lo que parece caos es castigo; a veces es el terreno fértil donde empieza el cambio.