Con voz serena y mirada empática, el doctor Márquez aconsejaba a su paciente:
—Cuando la ira se apodere de ti, respira profundo. Habla con recato, con mesura. No insultes. No uses palabras altisonantes. Recuerda: el control emocional es la clave de una vida sana. Te lo he inculcado infinidad de veces
El paciente asentía con respeto, admirando la templanza de aquel hombre sabio.
Al terminar la consulta, el doctor condujo con calma hasta su casa, estacionó su auto y entró. No habían pasado ni cinco segundos cuando su ceño se frunció al no ver a su esposa en la puerta.
—¿¡Ni un beso, Clara!? —gritó desde la sala—. ¿Y la comida? ¿¡Tampoco está lista!?
Su tono subió en un dos por tres. Improperios brotaron de su boca con ritmo de metralla. La mesura se quedó en el consultorio y los insultos llenaron la cocina.
—¡Siempre lo mismo, carajo! ¡Qué demonios haces todo el día!
Un portazo. Un golpe en la mesa. Otro en la pared. Su esposa, en silencio, terminó de servir el arroz con las manos temblorosas.
Entonces, como si nada hubiera pasado, el doctor respiró hondo, recuperó su voz pausada de terapeuta, y dijo:
—Respira, Clara. No te alteres. Termina la comida y vamos a comer, ¿sí?
Y se sentó a la mesa, con la serenidad de quien da cátedra de autocontrol… en su consultorio.
Edgar Landa Hernández.